La calle que me ve cruzar
Cinco de enero del recién llegado 2024. Lo extraño, es que mientras camino entre esta calle y la acera, recuerdo el aniversario de aquella boda de la que fui invitada y no pude ir. A veces me sucede eso, que tengo presente un día en el que honra a alguien o a algo y —aunque no lo comparta— me quedo con el recuerdo. Hace frío, pero no tengo prisa en abrigarme. Aquí no hay indicadores, casi sin remedio, de tener que avanzar; me basta la calma y mis zapatos para notarlo. Con esta caminata los estoy estrenando y puedo asegurar que son mis favoritos, como eso es así les cuido. Solo crucé la calle para acompañar a Milú, la perra que me pone a dudar si su nombre lleva acento. Ella es muy determinada en decidir cuándo acabar de olfatear y regresar a su casa. Se ha detenido a mirarme, de modo que no me ha quedado de otra que comenzar a regresar y dejar de descubrir la calle que me ve cruzar. Al menos me he dado cuenta que mientras más lento es el andar, más cuidadosa y precisa es la pisada. Parece que para salir sin tiempos, hay que saber andar así … con zapatos listos para inaugurar.