El reflejo de una esfera

Luego de ser bautizada como la “Barbie disco” en una fiesta, había llegado a mi casa. Faltaban cinco para las 12:00am, así que creo que más que una Barbie, había optado por ser una cenicienta. Los coquíes me recibieron, la calma me acompañó y una pregunta me asaltó: ¿alguna vez te habías comparado con una muñeca? Pensándolo bien —me dije—, no lo recuerdo. Ana Teresa Toro recita que la memoria es selectiva y evolutiva, así que, quién sabe si alguna vez me comparé, pero esta vez entiendo la razón de la comparación. Además de la evidente tendencia que tiene la marca, llevaba un vestido de efecto tornasol; porque no se circunscribe a un color en particular, sino que va cambiando según sus ambientes. Algo así como una persona; que si bien puede el ambiente no determinar su comportamiento, este no deja de influenciar. Distinto del vestido, creo que las personas solo necesitan tomar la decisión de ser diferentes. Como quien conscientemente actúa y se encarga de conocer los tropiezos del camino generacional. Como suelo tener estos pensamientos, me resultó difícil captar la comparación Barbie de la que aludía, porque soy -o creo que soy- una viejita en este cuerpo que anda. Tanto es así, que tan pronto notaron que hacía gestos de despedida, de momento salí por aquella puerta de hotel con un frasco en la mano que contenía tres tulipanes. No era un quinceañero, tampoco un atentado de robo; la mamá de la cumpleañera se ofreció para que terminara con semejante centro de mesa. Eso sí, seré mayor, pero no de las que cuida matas, como todavía escucho decir. Si la pregunta fuera: ¿por qué no? la clara y contundente respuesta sería que la muerte se apodera de ellas más rápido conmigo, que lo que pienso que debe durar su vida. Quizás no intento lo suficiente o quizás espero mucho de la tierra, de lo verde y del sentido propio de vivir entre la naturaleza. 

A los pocos días de ver las hojas caer de mis queridos tulipanes, decidí, esperanzada, cortarles el tallo; por aquello de practicar la fe, de que como toda flor —sin saber nada de tulipanes— renacerá. Después de todo, si la raíz es aquella parte de absorción de nutrientes, entonces es el cuerpo donde habita ella. Un cuerpo sano, es un ambiente limpio; distinto; renovado. Por eso me atreví. Al menos viví la ilusión de cuidar la delicadeza; de experimentar el progreso de otro ser y de entender que lo que hacemos, es el reflejo de nuestro propio interior.

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La curiosidad de ser valientes